plaza de Sant Agustí Vell en el barrio de la Ribera de Barcelona (foto: Lluís Nansen Salas)
Cuando empecé a practicar la meditación en los años 90, era una práctica muy poco extendida. El yoga empezaba a hacerse visible, y aunque en esa época era todavía una práctica minoritaria, tuve la suerte de conocer a la profesora Teresa Ubach, una gran maestra. Recuerdo que, a veces, al final de la clase solíamos hacer una breve meditación de cinco minutos, sentados en la postura del loto, o en lo que más se le pareciera. De ahí surgió en mí la curiosidad de explorar más a fondo este espacio, que tan someramente se nos concedía. En aquel entonces no era fácil encontrar centros de meditación como ahora, uno podía leer libros, probar por su cuenta, pero todos esos intentos autodidactas quedaban muy lejos de lo que es una experiencia de meditación, cuando hemos sido iniciados por un maestro y la practicamos en grupo.
Las meditaciones de mirar piedras, o de mirarse las manos, como proponía Castaneda, no daban mucho de sí. Por otro lado, los libros de Taisen Deshimaru me entusiasmaban, aunque reconozco que no eran suficiente para ponerme a meditar. La meditación zen explicada en un libro es como intentar comerse una manzana dibujada en un papel: si no practicamos en grupo, es difícil comprenderla.
Finalmente, el azar, o el karma, me puso en camino, y conseguí el contacto del dojo zen de la calle Montcada, donde empecé a meditar. Después, un grupo numeroso de los que estábamos en Montcada, nos trasladamos a la Plaza Sant Agustí Vell, en el Barrio de la Ribera de Barcelona. En este grupo, liderado por Pedro Secorún, seguíamos a los maestros que fueron discípulos de Taisen Deshimaru. Ellos nos visitaban periódicamente, para dirigir los retiros sesshin que hacíamos cerca de Barcelona. La práctica del dojo se inspiraba en la enseñanza de estos antiguos discípulos de Taisen Deshimaru.
Hoy en día, la meditación se ha popularizado más, especialmente gracias al Mindfulness, que se extiende por clínicas, escuelas, empresas. Y como pasa con el yoga, en las clases de mindfulness muchas personas tienen su primer contacto con la meditación, y aún diría más, si el programa de mindfulness está bien elaborado, debería basarse en una práctica regular de meditación. Hace años, uno solo podía aprender meditación en los centros budistas, pero ahora también hay escuelas de meditación moderna que se desmarcan de las escuelas tradicionales. En la mayoría de los casos son copias incompletas de las enseñanzas budistas tradicionales, tratan de extraer la práctica meditativa del entorno ritual y social que la acompaña, sin saber la función que esto desempeña en el proceso de autoconocimiento.
Un ejemplo de ritual social que acompaña la meditación zen, es el trabajo voluntario para la comunidad. Y para comprender su influencia, nada mejor que una anécdota que sucedió cuando estábamos en el dojo del barrio de la Ribera. Después del zazen del sábado por la mañana, solíamos ir al bar de abajo a tomar un café, charlábamos un buen rato, y después volvíamos a subir al piso donde estaba el dojo y nos repartíamos las tareas de limpieza, pasar la aspiradora, limpiar los lavabos, etc. Recuerdo un día, que al terminar el samu, desechamos un listón de madera, y me encomendaron que al salir lo depositara en los contenedores. Dejé un momento el listón apoyado en la pared del pasillo, junto a la puerta, mientras me ataba el cordón de los zapatos, y al terminar, abstraído en mis pensamientos, salí sin llevarme el listón, que se quedó allí en medio del paso. Al sábado siguiente, nadie me dijo nada. De nuevo, zazen, café, samu, y de nuevo, al partir me agaché para atarme los zapatos cerca de la puerta, y cuando me levanté y me giré para despedirme, allí estaba el listón de madera, en el mismo sitio donde había quedado la semana anterior. El verlo me produjo un shock. Al llegar por la mañana no estaba, el listón había reaparecido justo mientras me ataba los zapatos. Desde el fondo del pasillo, me miraban con una sonrisa cómplice. Sin decir nada, me llevé el listón y lo deposité en los contenedores. Este gesto de un monje antiguo me hizo sentir responsable de mi falta de atención, pero sobre todo me hizo vislumbrar el carácter atemporal de lo sagrado. El trabajo voluntario que hacemos para la comunidad de la sangha, está más allá del pasado, del presente, y del futuro. Su influencia trasciende el tiempo y el espacio. Es el poder de hacer las cosas sin la intención de obtener, la capacidad de transformar nuestro karma, y liberar nuestra mente. La interacción con la comunidad de la sangha en el trabajo voluntario, pone a prueba nuestra práctica de manera sutil i silenciosa. La comunidad se convierte en un espejo de nuestros apegos, de nuestro ego. Entre otras cosas, eso nos ayuda a no caer en las trampas de la espiritualidad, nos ayuda a no creer que ya estamos iluminados, a no creer que ya hemos escapado de los efectos del karma.
Me viene a la mente una vieja historia zen, en la que un anciano se acercaba cada tarde a escuchar la conferencia Dharma del maestro Hyakujo. Siempre se quedaba sentado en la última fila, y cuando la conferencia terminaba, desaparecía sin decir nada. Hasta que un día no se fue, y se quedó allí sentado, esperando. El maestro Hyakujo le preguntó: — ¿Quién es el que se sienta allá? El anciano dijo: – No soy un ser humano. Era abad de este monasterio en la época del buda Kashyapa, y un día un estudiante me preguntó, «¿Una persona despierta también cae en la causación del karma, sí o no?» Yo le dije, «No, esta persona no cae» Por haber dicho esto, me convertí en un zorro salvaje durante quinientas vidas. Reverendo, por favor, diga una palabra que me salve. Libéreme de este cuerpo de zorro salvaje. Y como quería una respuesta, preguntó a Hyakujo: —Una persona despierta, ¿también cae en la causación del karma? Y Hyakujo gritó: — ¡Una persona despierta no ignora la causación! – Inmediatamente el anciano tuvo un gran despertar, hizo una reverencia y dijo: —Ahora estoy liberado del cuerpo de zorro salvaje. Mi cuerpo de zorro lo encontraréis al otro lado de la montaña. Maestro, por favor, enterradme como lo haríais con un monje muerto. Más tarde, Hyakujo hizo anunciar que se haría un funeral por un monje muerto. Los monjes se extrañaron: «Aquí todo el mundo está bien, no hay nadie enfermo en la sala del nirvana. ¿Qué está pasando?» Después de cenar, Hyakujo condujo la asamblea al pie de una roca, detrás de la montaña. Con su bastón, descubrió el cuerpo de un zorro muerto. Respetando el procedimiento, se incineró el cuerpo como si de un monje se tratara. Por la noche, Hyakujo reunió a la asamblea en la sala del Dharma, y les contó lo sucedido con el viejo anciano y el zorro muerto. Entonces Obaku dijo: —Cuando al anciano maestro le preguntaron si una persona despierta cae en la causación del karma, él dijo que no, y se convirtió en un zorro salvaje durante quinientas vidas. ¿Qué habría pasado si hubiera dicho que sí?”»
Entre las muchas lecturas de esta historia, la pregunta de si la mente despierta se libera del karma o no, tiene relación con el error frecuente de creer que, por el hecho de seguir una práctica espiritual, ya estamos despiertos, y ya nos hemos liberado del viejo karma, como el anciano zorro. Esta ilusión se disipa inmediatamente cuando volvemos a caer en un ataque de cólera, o en una discusión vana, o en alguna adicción, y nuestro viejo karma se manifiesta de nuevo. Es precisamente en el samu, como decíamos, que podemos ver fácilmente la manifestación de nuestro karma. Y es entonces que podemos preguntarnos, ¿la práctica espiritual que estoy haciendo, me libera del karma o no? ¿De qué sirve esta práctica, si sigo cayendo en los errores de siempre? Es algo que cada uno debe comprender por sí mismo, no ignorar la causación. ¿Dónde está la paradoja? Cuando miramos hacia el pasado, todo lo acontecido parece determinado por el karma; y todo lo que proyectamos al futuro viene influenciado por el karma. Entonces, si todo está determinado, ¿dónde está el libre albedrío? Pero si dejamos de pensar en el pasado y en el futuro, y enfocamos nuestra mente en el presente, podemos ser conscientes de nuestras emociones y nuestros deseos, conscientes de nuestros condicionamientos y de nuestro karma, y en ese momento presente, en este aquí y ahora, somos realmente libres. Es nuestra mente despierta al presente, la que puede trascender el karma. Solo la consciencia del presente nos puede liberar de las múltiples vidas como astutos zorros que creen haber despertado y siguen encadenados a la ignorancia. Es de este tipo de obstáculos de lo que nos libra la práctica del ritual y el trabajo voluntario con la sangha. Es un eficaz antídoto contra el autoengaño.
Este artículo fue publicado en el Buddhistdoor, el 1/02/2023
Reencarnado quinientas vidas como un zorro salvaje por no saber dar una respuesta. Foto Pixabay