A finales de junio estamos dejando un período de crisis de salud cuyo alcance todos conocemos. Al igual que la hoguera de San Juan, este clima ha quemado muchas cosas a las que estábamos habituados, e irremediablemente nos empuja a un nuevo ciclo. Si queremos ver la parte positiva, el confinamiento nos ha hecho reflexionar sobre la forma en que hemos vivido hasta ahora, permitiéndonos continuar de otro modo. En los períodos en qué todo va bien, nos dedicamos principalmente a perseguir ilusiones, que se desvanecen cuando las cosas van mal, y nos dejan un sentimiento de decepción, de insatisfacción y pérdida, que son, al mismo tiempo, los sentimientos que nos empujan hacia reflexión sobre la naturaleza de nuestra existencia. Es un ciclo de sufrimiento que se repite eternamente, el Samsara. Es en momentos como ahora cuando es más fácil salir de ello. Si perdemos esta oportunidad, volveremos a quedar atrapados en las ilusiones por quién sabe cuántos años más del nuevo ciclo.
Los tiempos de crisis son una buena ocasión para reanudar la práctica espiritual y participar en ella más intensamente. Nuestra felicidad no depende de lo que podamos obtener del mundo, sino de entender que la existencia es completa en sí misma, a través de la práctica del zazen.
Ahora es el momento de reanudar e intensificar la práctica de zazen compartida. Compartir la práctica con otros significa meditar en persona en el dojo, o telepresencialmente a través de Zoom. Compartir la práctica de Zazen, es lo que nos permite ir más allá de los condicionamientos egoístas, causa de sufrimiento, y único obstáculo para la verdadera felicidad. Compartir la práctica de Zazen nos ayudará más que cualquier otra cosa a recuperar la paz y la serenidad, sea cual sea la situación en la que nos encontremos. Es suficiente con sentarse una sola vez para comprobarlo. Puedes sentarte mil, diez mil veces, la fuente zazen es inagotable, es el origen y el fin de todas las existencias.
Lluís Nansen