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Es fácil leer hoy en día, en alguno de los reconocidos best-seller sobre Atención Plena (Mindfulness), afirmaciones como: “En un sentido amplio, los términos atención y conciencia son sinónimos”. Esta afirmación, en nuestra lengua, es una afirmación falsa en todos los sentidos y, en consecuencia, proyecta una sombra de confusión en los estudiantes y practicantes de la atención plena. Porque ni atención y conciencia son sinónimos, ni la atención plena es lo mismo que la conciencia plena.
Por un lado, podemos definir la atención como la capacidad de enfocar el pensamiento o los órganos de los sentidos en alguna cosa. Por otro lado, la conciencia es definida como la capacidad de conocer las sensaciones, los pensamientos y las acciones, en relación a la propia existencia.
Utilizando un símil fotógrafico, se podría decir que la atención es enfocar los sentidos o el pensamiento, tal como lo harían las funciones de enfoque y zoom de una cámara fotográfica y, en cambio, la conciencia se correspondería con la visualización de la fotografía finalizada. Entre una cosa y la otra, existe todo un proceso de percepción que capta los estímulos, los procesa y los presenta en un soporte reconocible.
Podemos decir, por lo tanto, que la atención es una condición necesaria para la conciencia, puesto que si no enfocamos nuestra atención no podremos tener una percepción clara de los fenómenos y sin una percepción clara, no puede haber una conciencia clara. Sin embargo, al mismo tiempo, es evidente que la atención no es una condición suficiente, puesto que si no hay percepción, no puede haber conciencia.
Y si se confunden los significados básicos de atención y conciencia, más aún son confundidos los conceptos de atención plena y conciencia plena que, por lo anteriormente expuesto, no son lo mismo. Si bien es cierto que la atención plena es condición necesaria para la conciencia plena y que una cosa lleva a la otra, no existe razón alguna para afirmar que sean lo mismo.
La atención plena es enfocar la atención en las sensaciones, pensamientos y emociones que suceden en el momento presente, con acceptación y sin prejuzgar. En cambio, la conciencia plena es el conocimiento de las cosas en relación a nuestra existencia, conocerlas íntimamente, lo que significa conocerlas compartiendo con ellas la naturaleza de la vacuidad, en el escenario del momento presente: El “aquí” del cuerpo y el “ahora” de la respiración.
Entre un atención plena y una conciencia plena también hay un proceso que, además de involucrar la percepción, exige también otras actitudes. Es necesario que no exista intención de obtener, puesto que la intención de obtener refuerza la idea de un “yo” que obtiene y este “yo” rompe la intimidad con los fenómenos.
En la conciencia plena se incluye también la comprensión de la vacuidad, que significa darse cuenta de la interdependencia de las cosas o, como dice Buda, conocer los factores de su aparición y de su desaparición y, así también, la comprensión de su impermanencia.
No es suficiente con practicar la atención al momento presente para llegar a la conciencia plena, tal como nos podría hacer creer la confusión existente entre estos dos términos. La práctica de la atención plena, que puede parecer fácil de llevar a cabo siguiendo las instrucciones de un libro, puede ser eficaz para reducir el estrés, como parecen demostrar las esperiencias. Sin embargo, la atención plena no es suficiente para extinguir la raíz del sufrimiento, puesto que para ello es necesaria la práctica de la conciencia plena, la sabiduría que permite ir más allá.
Y esto es así porqué es necesario que se cumplan estas otras condiciones que hemos nombrado: la actitud de desprendernos del yo, a la que difícilmente accederemos si nos limitamos a seguir las instrucciones de un libro o a practicar en solitario. Cuando practicamos zazen – la meditación sentada en el dojo – compartiendo la experiencia con otras personas y dejándonos guiar por un verdadero maestro, todas estas condiciones se cumplen; así, de esta forma, puede despertar en nosotros esta sabiduría ilimitada, la sabiduría desapegada y compasiva que continúa en nuestra vida cotidiana, atentos a cada momento de nuestra existencia.

Lluís Nansen Salas