zen y medio ambiente

Zen y medio ambiente. Una breve visión histórica

En Occidente, desde el siglo XVIII, está profundamente arraigada e implícita la idea de progreso, entendida como sinónimo de evolución hacia un futuro mejor, donde la humanidad podría vivir rodeada de ventajas y beneficios ilimitados. Sin embargo, esta noción, a pesar de habernos brindado una serie de innovaciones que han contribuido a facilitar nuestras existencias en los últimos tiempos, también ha traído consigo una oscura contrapartida, que nos ha alejado progresivamente de nuestras raíces espirituales más íntimas y nos ha acercado, en cambio, al deseo desmesurado. Un deseo que, inevitablemente, ha provocado y sigue provocando un ciclo vicioso de sufrimiento, no solo a nosotros como especie humana, sino también a otras formas de vida.

La visión occidental

Para ilustrarlo, todos hemos podido experimentar las facilidades proporcionadas por los nuevos medios de transporte, hijos de la contemporaneidad, pero también hemos podido saborear el humo amargo y desagradable que algunos de ellos emiten, o los desastres de los derrames de petróleo, o bien la violencia que nace de la competencia por la obtención de esta fuente energética. Un mundo que todos y cada uno de nosotros vivimos y que, conscientemente o sin darnos cuenta, ayudamos a construir día tras día. A grandes rasgos, este ha sido el escenario medioambiental, económico, social y cultural, por no usar otros adjetivos, vivido en Occidente al menos en los últimos dos siglos de historia.

La visión oriental

No obstante, en la parte oriental del planeta han coexistido religiones cuya doctrina no contemplaba la idea de progreso tal como la entendían los occidentales. Mientras en Occidente el proceso de industrialización contaminó parte del espacio natural (de ahí el origen de la emergencia climática) sin reflexionar sobre los efectos de sus acciones, en Asia predominó, al menos hasta la primera mitad del siglo XIX, una concepción cíclica del tiempo, al mismo tiempo que se contemplaba la interdependencia de los fenómenos, permitiendo que la sociedad viviera más armoniosamente con el medio ambiente.

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Budismo zen y respeto por la naturaleza

Una de estas religiones, filosofías de vida o códigos morales, según la perspectiva que se quiera adoptar, fue y es el budismo zen, el cual aconsejó a sus practicantes y/o simpatizantes la adopción de un estilo de vida respetuoso con su entorno. La práctica del zen podría resumirse como el cultivo de la propia mente para luego cultivar el respeto hacia el medio ambiente y mantenerlo lo más puro posible. Es una práctica que repercute directamente en la salud física y mental de los individuos y que crea naturalmente un círculo virtuoso entre mente, cuerpo y naturaleza.

Muchas de las acciones antrópicas que causan perjuicio tanto a nuestro entorno más cercano (contaminación acústica, suciedad en los espacios públicos, vulneración de espacios naturales) como al planeta en su totalidad (contaminación atmosférica, crisis climática, reducción de la capa de ozono…) nacen de nuestra propia ignorancia como especie humana. El Dharma o doctrina nos dice que los individuos sufren porque se aferran a la idea de un yo con cualidades personales permanentes. Debido a esta ilusión de un yo separado del entorno y de los efectos del karma, que se manifiestan incluso en las acciones más insignificantes, las personas, especialmente en Occidente, no suelen cultivar una conciencia de respeto recíproco y desinteresado hacia otros seres, lo que las lleva a perjudicarlos, a veces sin intención, y, en consecuencia, a causar los males enumerados al principio del párrafo.

Una puerta de esperanza

Una puerta de esperanza en medio de este samsara es sin duda el noble óctuple sendero enseñado por Buda para liberarnos de este ciclo de sufrimiento tan acentuado en las sociedades modernas. Todos sus consejos son idóneos para esta tarea difícil, pero a la vez tan sencilla, que es vivir en consonancia con el medio ambiente, los demás y nosotros mismos. Pero, si hubiera que destacar uno, sería la enseñanza del modo de vida correcto, que nos invita a garantizar nuestra subsistencia diaria sin caer en el consumismo enfermizo, que en las últimas décadas ha sido la causa principal de sufrimientos como la insatisfacción mental, la explotación de otros seres humanos, y también la extracción desmesurada de recursos naturales (González, 2014: p. 95).

Las enseñanzas del budismo han enfatizado tradicionalmente la importancia de un diálogo respetuoso y armonioso entre sus practicantes o seguidores y el medio ambiente. A modo de ejemplo, Siddharta Gautama y sus discípulos meditaban bajo los árboles, rodeados de naturaleza; Bodhidharma practicaba zazen en una cueva, retirado entre montañas. El dojo primordial era el espacio natural más directo, lugar de contacto entre el ser humano y sus orígenes fundamentales, simbolizados por la Madre Naturaleza, de donde nacen los elementos químicos que nos constituyen y a donde volvemos al final. Tampoco debemos olvidar que los templos y monasterios asiáticos se encuentran en medio de la naturaleza, alejados de los grandes núcleos urbanos.

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Visión no-instrumental de los seres vivos

A esta conexión ecológicamente respetuosa ha contribuido la visión no-instrumental hacia los seres vivos. Es decir, el budismo no ha atribuido a los humanos el rol de únicos propietarios con el monopolio exclusivo sobre su entorno y sobre los demás seres.

En particular, la rama Zen ha tenido una relación espiritual y artística más estrecha con la naturaleza, ya que, históricamente, incorporó en su corpus teórico ideas del taoísmo y el sintoísmo en su paso por China y Japón, respectivamente, proceso que la llevó a destacar la importancia de los fenómenos naturales en el camino hacia la trascendencia y el Despertar espiritual (Simon, 2003: p. 147).

Para reforzar esta tesis de que la naturaleza ha sido una compañera inseparable en la búsqueda del propio espíritu, las pruebas históricas que nos han llegado hasta nuestros días son los poemas. Y, precisamente, en estas obras literarias aparece el elemento natural, símbolo y expresión de lo más íntimo, imposible de experimentar, al menos en su más pura esencia, a través del lenguaje (Zeng, 2014: p. 55).

El maestro Han Shan

Sirva como ejemplo Han Shan, monje que vivió en China en algún momento de la dinastía Tang (618-907 d.C.), quien hacía referencia a las montañas, la luna, los arroyos y el cielo, y conectaba su presencia con el cuerpo y la mente durante zazen. Versos que eran una alegoría de la fusión espiritual con el medio ambiente que este monje (y cualquiera de nosotros) experimentaba a través de la meditación sentada. Las mismas alegorías naturales que encontramos, siglos después, en los versos de monjes japoneses como Dogen Zenji (1200-1253; recordemos los famosos episodios de la media cubeta de agua, el de no desaprovechar ni un grano de arroz, el de velar por el buen estado de los utensilios de la cocina, ya que son manifestaciones del Dharma, tal como lo son las montañas, los valles y los ríos…) y Daigu Ryokan (1758-1831).

El ejemplo de los maestros zen

Podríamos añadir muchos más ejemplos de maestros y acciones que ilustran claramente el respeto que el budismo ha tenido por el medio ambiente a lo largo de sus siglos de existencia. Se ha definido, a través del tiempo y con sus actos, como una religión, filosofía y práctica comprometida, en la medida de lo posible, con el bienestar no solo de la humanidad, sino de todas las formas de vida. De aquí nace su actitud conciliadora de nuestra existencia como especie con la del medio ambiente, del cual, de hecho, tal como lo demuestran tanto la ciencia como nuestro karma individual y colectivo, no estamos en absoluto desconectados.

Como reflexión final, este escrito invita a todos los lectores a preguntarse cuál es nuestro papel respecto al medio ambiente y cómo afectan nuestras acciones cotidianas. También invita a experimentar la estrecha conexión del ser humano con su entorno, tal como la sintieron aquellos practicantes del pasado que ya no están, pero de quienes nos ha quedado su ejemplo. Está en nuestras manos decidir si seguimos o no su camino, o uno similar, y dejar a las próximas generaciones un mundo menos tóxico, menos cargado de contaminantes, menos sucio, menos anclado en la avaricia. En definitiva, un mundo mejor y más despierto.

Kevin Ho Gaku Estévez

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

González Campos, Manuel. “El Árbol del Mundo: una visión de la naturaleza y la ecología desde la óptica del budismo”. Papeles de las relaciones ecosociales y cambio global, 2014, Nº 125, pp. 91-100.

James, Simon P. “”Zen Buddhism and the Intrinsic Value of Nature”. Contemporary Buddhism, 2003, Vol. 4, Nº 2, pp. 143-157.

Zeng, Yu. “La naturaleza y Zen en la traducción de los poemas de Han Shan”. Ecozon@, 2014, Vol. 5, Nº 1, pp. 54-64.