Es tradición en los templos zen dedicar muchas horas a la limpieza del templo. La concentración y la dedicación con la que lo hacen monjes zen, contrasta con el prejuicio occidental de que la limpieza es una tarea innoble, que hay que evitar, o terminar rápido, para dedicarnos a actividades más nobles, como el ocio. En cambio, en los templos zen, limpiar y poner orden en los espacios en los que estamos, es una práctica espiritual. Por eso los monjes pulen el suelo de madera una y otra vez, mientras que a los occidentales nos parecería que está limpio. ¿Por qué limpiar lo que ya está limpio? Hoy decimos que los monjes realizan la limpieza en atención plena, en mindfulness, y cada vez que pasan el trapo por la superficie inmaculada, en realidad lo que hacen es limpiar la mente de preocupaciones vanas, de pensamientos recurrentes, de emociones vanidosas, así la mente se vuelve como un espejo que están puliendo. Podemos acabar comprendiendo que, como dijo el maestro Eno, desde el origen, no ha habido nunca nada que se pueda limpiar, nada que se pueda ensuciar. La única manera de comprender eso cada cual, es pasando la escoba y la mopa por el suelo del templo. Está claro que podemos pasar la escoba por nuestra casa con atención plena, en mindfulness, y todo eso que ganamos. Pero cuando este trabajo lo dedicamos a otras personas, como en el templo, adquiere una dimensión altruista de gran poder espiritual. Es la atención plena sin la obtención de obtener, que practicada así, automáticamente da paz y serenidad. Es la manera de practicar mindfulness en la tradición zen. ¿Se puede disfrutar pasando un trapo, quitando el polvo? En el templo de la Gran Vía todos tenéis la oportunidad de experimentar el gozo de realizar las tareas cotidianas hechas con actitud altruista: limpiar lo que ya está limpio, lo que siempre ha estado limpio, porque no hay nada que pulir, nada que se pueda ofuscar.