No me canso nunca de leer el Sutra del Loto, una y otra vez. Las parábolas que nos explica son una gran sabiduría: el hijo pródigo, la ciudad encantada y, claro, la casa en llamas. La parábola de la casa en llamas se utiliza para explicar el significado del Gran Vehículo Mahayana, el cual hoy entendemos como la Gran Vía. En esta parábola, un viejo anciano, que representa el Buda, intenta hacer salir de una casa en llamas, símbolo del mundo de sufrimiento, a sus hijos, es decir a todos los seres sensibles. Y para atraerlos, les ofrece tres carruajes: uno arrastrado por cabras, dedicado a aquellos a quienes les atraen las enseñanzas y las escrituras, leer libros. Uno arrastrado por ciervos, para quienes se interesan por la purificación del cuerpo y la mente, y vivir en el bosque en atención plena y despertar en solitario. Y un tercer vehículo arrastrado por bueyes para quienes sienten deseo de ayudar y dedicar su práctica a los demás. Una vez el anciano consigue hacer salir a sus hijos de la casa en llamas, piensa: “¿Por qué entregar a cada uno un pequeño carruaje, si les puedo entregar uno mucho más grande a todos?” Y es así como al final les ofrece a todos el mismo gran Vehículo de la Vía de Buda. Esta historia nos ha inspirado muchas veces para definir las tres vías con las que actualmente se practica la Vía del Zen: la vía laica, para quienes quieren practicar la meditación zen y la atención plena sin ninguna implicación religiosa; la vía del bodhisattva, para quienes quieren iniciarse en el altruismo liberador de la boddhichita; y la vía de los monjes y monjas, para quienes se entregan a la práctica como una prioridad en su vida, para servir a la comunidad de practicantes. Igual que en la parábola de la casa en llamas, las tres vías son un medio hábil para que dediquemos nuestra vida a liberar nuestra mente y la de todos los seres, en una única y Gran Vía, que acoge a todas las vías. Tanto si preferimos la vía laica, la vía de bodhisattva o la vía de monje o monja, la Gran Vía es nuestro templo, el Templo de la Gran Vía.
Lluís Nansen