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¿Cuántas veces hacer zazen a la semana? ¿Qué es mejor, meditar todos los días o dos días a la semana? Depende de cada persona y de cada momento de la vida. Hay momentos en los que podemos practicar más y momentos en los que podemos practicar menos. Si somos principiantes, es mejor aumentar gradualmente, no imponer desde el principio una rutina muy exigente, como la que puedan hacer los antiguos o el maestro. Es mejor comenzar con uno o dos días a la semana y aumentar el ritmo a medida que el cuerpo se adapta y lo requiere. Sin embargo, si escuchamos al cuerpo, debemos saber distinguir entre lo que nos dice el cuerpo y lo que nos dice la pereza o la indulgencia. ¿Cómo saberlo? Consultarlo con el maestro nos ayudará a no confundirnos y a no estancarnos, y así realizar una práctica ajustada a nuestra preparación y a nuestras circunstancias personales.

La determinación del monje zen

A pesar de cuales sean nuestras circunstancias, siempre se necesita una buena dosis de determinación, como la que nos muestra el monje zen Dogen (siglo XIII). La suya era una determinación sin límites, sin miedos. Dogen dice: “La práctica de zazen es la transmisión más fiel de la enseñanza de los ancestros. La práctica de zazen es apropiada para todos. Así lo aprendí de mi maestro Nyojo. Y desde entonces he practicado zazen día y noche. A veces, cuando hacía demasiado frío o demasiado calor, los otros monjes dejaban de sentarse en zazen porque tenían miedo de enfermarse. Pero en esos momentos, me decía a mí mismo: “Puedo enfermarme y morir, pero seguiré haciendo zazen. ¿Por qué aferrarse a este cuerpo? Si aún no estoy enfermo, ¿por qué debo abandonar la práctica? Además, si muero practicando zazen, eso estaría de acuerdo con mi vocación. Vivir mucho tiempo sin sentarme a practicar no tiene sentido para mí. Por otro lado, si dejo de practicar zazen y muero por otra causa, ¡sería aún más lamentable! “. Y con una resolución así, practiqué zazen día y noche sin descanso. Por eso les digo que se dediquen solo a practicar zazen de todo corazón y alcanzarán el Despertar.”

La determinación de hacer zazen hoy

Alguien podría pensar que el comportamiento de Dogen se acerca al fanatismo. Que un monje esté dispuesto a morir por zazen, a perder la vida, la casa o el trabajo por zazen, puede parecer excesivo. Pero en la práctica espiritual, lo que nos impulsa más allá de los pensamientos ordinarios son actitudes como estas, actitudes libres de ego, capaces de abandonarlo todo, incluso la vida.
Conozco meditadores que tienen una técnica refinada de meditación, mucha concentración y habilidad en la atención a la respiración y a las sensaciones, tanto que cuando hablan de ello, parecen ingenieros de la meditación. Pero, por otro lado, no son capaces de generar una actitud como la de Dogen, no son capaces de morir por lo que están haciendo, y por eso su meditación nunca saldrá del mundo ordinario. La falta de esta actitud les hace confundir un ojo de pez con una perla.
Todos sabemos que nadie ha muerto por sentarse en un cojín, pero aquellos de nosotros que nos sentamos en zazen y hemos participado en retiros también sabemos que hay momentos en que aparecen los miedos y las dudas, de si nos estamos haciendo daño, de si podremos soportarlo, y estos miedos pueden convertirse en un verdadero obstáculo mental, un obstáculo que solo podemos superar con la actitud del monje zen, con la determinación absoluta de estar dispuestos a morir.

La épica espiritual

Esto es parte de la épica espiritual. Es como el salto al abismo de la iniciación chamánica que relataba Carlos Castaneda, en el que el iniciado se lanza a la carrera y salta por un abismo. Castaneda es lo suficientemente hábil como para dejar en la ambigüedad si el salto es real o imaginario. Una ambigüedad que es de agradecer, porque el salto al abismo significa el abandono del yo. Si fuera real, sería una locura; si no fuera real, sería una falsedad. Solo el no saber nos permite sentir el verdadero salto espiritual del abandono del yo.
Es lo mismo que la actitud del monje zen, dispuesto a morir sentado en zazen. Si la muerte fuera real, sería una locura; si la muerte no fuera real, sería una falsedad. La piedra de toque que permite hacer este salto espiritual es una actitud absoluta, sin saber si el salto es real o no. Solo a través del no saber podemos dar este paso y, como dijo Dogen, abandonar cuerpo y mente, o aún más preciso, que cuerpo y mente sean abandonados.

Nansen