Es un tópico muy frecuente entre los que ven la meditación desde una perspectiva materialista y utilitarista, considerar el ritual que acompaña la práctica de las meditaciones tradicionales como un envoltorio innecesario. Así, al recibir el regalo de la práctica se apresuran, como un niño que recibe un juguete bien envuelto, a rasgar el papel para desahecerse rápidamente del envoltorio y poder disfrutar del juguete. Pero esta es una visión incompleta, pues el ritual contribuye a crear un estado de la mente propicio a la meditación.
En el caso de de la práctica del zen, por ejemplo, cuando entramos en el dojo – el lugar donde se realiza la meditación – el ritual establece entrar con el pie izquierdo, seguidamente se hace una reverencia juntando las palmas de las manos delante nuestro, con la punta de los dedos justo por debajo de los labios, y hacer una inclinación hacia delante sin doblar las rodillas. Esta salutación se llama gassho y la hacemos de todo corazón, entregados al gesto, dejando de seguir los pensamientos y preocupaciones para concentrarnos plenamente en el momento presente, al mismo tiempo que tomamos conciencia de la expiración, larga y tranquila.
Este gesto es un gesto de respeto y humildad que nos ayuda a desprendernos de nuestro orgullo, de nuestra vanidad. Nos inclinamos delante de un altar donde hay una figura de un buda sentado. No estamos venerando un objeto, estamos expresando con humildad nuestro agradecimiento hacia la práctica de sentarse como un buda y estamos demostrando respeto hacia todos los demás practicantes. Es un gesto que, cuando lo hacemos de todo corazón, puede cambiar nuestro espíritu instantáneamente, como un interruptor. Y con la repetición llega el hábito y, con el hábito, este cambio de la mente se vuelve subconsciente. De esta manera, podemos cambiar el estado de nuestra mente sólo con un gesto, sin intención, sin voluntarismo, y esto nos predispone para empezar la meditación más liberados.
Si quisiéramos lo mismo desde una perspectiva materialista y utilitarista, podríamos decir: “Bien, si de lo que se trata es de abandonar el orgullo y las preocupaciones antes de empezar la meditación, bastará con pronunciar internamente: “Abandono el orgullo y las preocupaciones, y ya está,” y así nos ahorramos este ritual.
El error de este planteamiento es pensar que se puede conducir el pensamiento con el pensamiento. De hacerlo así, acabaríamos en un bucle, un callejón sin salida. Estaríamos intentando abandonar una ilusión y nos crearíamos otra. Es como romper el silencio diciendo en voz alta: “Sobre todo, guardad silencio”. Es absurdo y, además, el efecto sobre la mente no es el mismo.
En la práctica de zazen, aprendemos a conducir la mente desde el cuerpo, desde la respiración. Así, esto es lo que nos proporciona la práctica del ritual: un efecto subconsciente sobre la mente a partir del gesto. El ritual no es un envoltorio prescindible, sino que nutre la práctica. El envoltorio es un regalo.
Lluís Nansen Salas
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