Ayer regresamos del retiro de 9 días en Lluçà. Han sido unos días muy intensos, sin muchos preámbulos. Desde el primer día nos hemos sumergido en la práctica de zazen, vivida en comunidad, rodeados de naturaleza. La naturaleza nos ha mostrado su fuerza gentilmente, refrescando cuando hacía calor, o de golpe con rayos y truenos dando un bello espectáculo. Algunos empezaron el retiro pensando que no podrían. Pensaban que su cuerpo no aguantaría nueve días, cuatro meditaciones diarias, que su mente no lo resisitiría.

Pero ahora puedo decir sin miedo a equivocarme, que pronto todos conectamos con la naturaleza de buda, con nuestro cuerpo de buda. Y que a pesar de las dificultades, así como de las sensaciones de dolor, sin duda todos los cuerpos se fueron modelando hasta convertirse en el cuerpo de buda. En definitiva, en su naturaleza original. En contraste con los rostros compungidos que se veían al inicio del retiro, debido a las tensiones de la vida cotidiana, al final del retiro las caras habían cambiado. Se veía antes bien la cara radiante de buda, en todos y cada uno de nosotros.

Hoy, ya en Barcelona, he ido a nadar al mar. La superficie estaba lisa como un espejo, el agua transparente. Y de pronto he visto algo que brillaba en el fondo, bajo el agua. Me he sumergido y he visto algo que todavía no me había encontrado nunca dentro del mar. Un cuerpo de buda, una estatuilla de buda de piel plateada, que se estaba allí medio enterrada en la arena, dándome la bienvenida, enmedio de la mirada curiosa de las obladas. La he desenterrado con los dedos, y al cogerla, la imagen de este buda plateado me hacía gassho. Lo primero que me ha venido a la mente ha sido el recuerdo de estos nueve días haciéndonos íntimos con la naturaleza de buda, con el cuerpo de buda.

Lluís Nansen