ecoansiedad

En este articulo Andrés Calero nos explica su experiencia de reducir la ecoansiedad con la práctica del zen.

Kannon: Bodhisattva de la compasión

Este centro lleva el nombre del bodhisattva Kannon. Kannon es el arquetipo de la compasión en el budismo Mahayana y se le conoce como “aquel que escucha o contempla los llantos del mundo”. Según la leyenda, Kannon prometió al Buda Amitabha aliviar el sufrimiento de todos los seres sintientes antes de alcanzar él mismo el nirvana, y nunca apartar la mirada del dolor. Sin embargo, abrumado por tanto sufrimiento, rompió su promesa y, como consecuencia, su cabeza y su cuerpo se quebraron en innumerables pedazos. En respuesta, el Buda Amitabha reconstruyó su cuerpo, dándole múltiples cabezas y mil brazos, con ojos en las palmas de las manos, para que pudiera cumplir su voto.

Las tecnologías digitales y el acceso a información global son nuestros mil ojos y cabezas de Kannon. ¿Cómo no quebrarnos, como el bodhisattva, al ver las atrocidades que continuamente se cometen contra la vida en el planeta? ¿Cómo habitar la brecha entre una conciencia global y una limitadísima capacidad de acción individual, sin perder nuestra salud mental?

Kannon es un arquetipo, una especie de modelo a seguir. Como practicantes de la vía, nos impele a contemplar el sufrimiento sin apartar la mirada. Sin embargo, no hay que olvidar que la vía de Buda es una práctica de liberación personal. ¿Cómo resolvemos esta aparente paradoja? ¿O es que tal vez las paradojas no estén aquí para resolverse?

Ecoansiedad

Entiendo la ecoansiedad como una respuesta de nuestro cuerpo-mente a las pruebas de que los sistemas que sostienen la vida están colapsando. Es una reacción que genera sufrimiento. Todos experimentamos algún grado de ecoansiedad: tenemos acceso a la información o vivimos, en primera persona, fenómenos climáticos extremos cada vez más frecuentes. Sin embargo, quiero centrarme en el tipo de ecoansiedad que yo mismo sufrí hace unos años, aquella que paraliza, que apenas te deja fuerzas para continuar.

Hablaré también de los aspectos de la práctica que me están permitiendo construir, poco a poco, una actitud liberadora, sin darle la espalda a todo esto, compartimentar o vivir en constante disociación cognitiva.

Es importante remarcar que lo que voy a contar no es simplemente una conceptualización coherente de la realidad que me permite vivir con la conciencia tranquila. El zen es una práctica del cuerpo-mente, no un ejercicio intelectual.

Dukkha

La potencia de la práctica budista y su capacidad de despertar la fe reside en su promesa universal de liberación: la promesa de que todos estamos dotados de nacimiento de las herramientas necesarias para liberarnos (el Buda mismo no era más que un ser humano ordinario). Pero, ¿liberarnos de qué? Nos liberamos de lo que el budismo llama dukkha, una palabra en pali que significa “sufrimiento”. Aunque es difícil de traducir con precisión, se aproxima a conceptos modernos como el estrés, la depresión o el malestar existencial.

Como seres sintientes e impermanentes —sujetos a la enfermedad, la muerte y, en definitiva, a perder todo lo que amamos—, todos experimentamos cierto grado de dukkha, y reconocerlo es el primer paso para liberarnos. Mi propuesta es, por lo tanto, reconocer la ecoansiedad como una forma más de dukkha.

Buda descubrió que gran parte del dukkha surge de nuestra resistencia a ciertos fenómenos que aparecen en la conciencia. Desde el dolor físico hasta ideas complejas, gastamos una enorme energía tratando de apartar estos fenómenos de nuestra mente (sin mucho éxito).

Acceptación y no-saber

Si este tipo de resistencia es uno de los orígenes del dukkha, parece que la aceptación es uno de los elementos centrales de esta práctica liberadora. Aceptación no significa resignación; más bien, es abandonar o aprender a soltar una lucha perdida de antemano.

Cuando tomé conciencia del verdadero alcance de la policrisis actual (crisis climática, escasez de recursos, extinción masiva de especies, polución del aire, polarización de la sociedad, etc.), mi mente entró en colapso. Entendí que hablar de “crisis” no tiene sentido, ya que una crisis se define por la posibilidad de resolverse y retornar a un estado de equilibrio anterior. En lugar de crisis, nos encontramos en lo que en inglés se denomina “predicament”: una situación compleja que no se puede resolver (de la forma en que se puede solucionar un problema) y que implica, por lo tanto, un salto abrupto hacia la completa incertidumbre.

Frente a esta toma de conciencia traumática, mi cuerpo-mente entró en una espiral de búsqueda agotadora. Quería encontrar respuestas a las que aferrarme: quería saber cómo habíamos llegado hasta aquí, cómo protegerme a mí y a los míos, cómo calcular exactamente la culpa que tenía como individuo y cómo liberarme de ella. Quería saber cómo compartir mi opinión sin caer en el rechazo social por ser demasiado pesimista. Incluso, aceptando renunciar a la esperanza de que las cosas realmente cambien, quería encontrar la forma de tener una opinión coherente sobre lo que se debería hacer, para poder responder a la pregunta: y ahora qué tengo que hacer YO con todo esto.

¿Realmente creemos que un cuerpo-mente limitado como el nuestro, producto del Karma (red infinitamente compleja de causas y efectos) y sumergido en su corriente, puede encontrar la respuesta a estas preguntas?

Zazen y ecoansiedad

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Empecé a practicar zazen sin saber muy bien lo que hacía, pero con la pasión que da la desesperación.

En zazen, dejamos de imponernos a la realidad y permitimos que se manifieste tal como es. Sentados en el zafu, dejamos de calcular, de seleccionar, de instrumentalizar; en definitiva, dejamos de buscar una solución. Por un momento, no hay nada que resolver. A medida que pasas horas en el zafu, vas ganando intimidad con la vida. Empiezas a ver la vacuidad de tus emociones, percepciones y construcciones mentales.

Observas, por momentos, que el mismo ego tampoco tiene sustancia y no es más que un proceso constante de producción de relatos autorreferenciales (“¿por qué me pasa esto a mí?”, “no me merezco esto”, “es mi culpa o tu culpa” etc.). Sentado en zazen, experimentas cómo la compleja interconexión que hace que los fenómenos aparezcan en la conciencia está mucho más fuera de tu control de lo que habías imaginado. Así, se disuelve la ilusión de que estás al mando sobre lo que sucede en tu mente. De este modo, paradójicamente, ganas libertad.

Ecoansiedad: La meditació i el dolor

Por ejemplo, el intenso dolor por el estado del mundo, liberado en meditación a momentos de la red autorreferencial del ego, aparece como simplemente dolor. Es decir, una expresión temporal sin sustancia, producto de una complejísima red que te trasciende y que nunca llegarás a conocer del todo. Deja de ser tu dolor personal por el mundo, para ser el dolor del propio mundo, el mundo doliéndose a través de ti. Este dolor, entonces, te permite trascenderte y abrirte a una nueva forma de compasión. Como dice Joanna Macy, autora y activista a quien admiro: “En un corazón roto cabe el universo entero.”

Zazen es una invitación al ejercicio de abrir tu perspectiva lo máximo posible: desde la tuya, hasta la del compañero sentado a tu lado meditando; de esta, a la del conjunto de humanos y otros seres sintientes. Pero incluso a adoptar, ¿por qué no?, la perspectiva de las rocas, de las montañas, de los ríos. Incluso la de los planetas, estrellas y átomos, para finalmente regresar, con el toque de campana, al yo. Sin embargo, cada vez este yo vive un poco menos en los límites arbitrarios creados por la mente-ego (mi cuerpo, mi piel, mis posesiones, mis relaciones, mis opiniones) y se percibe más como una manifestación temporal y singular de ese conjunto infinito de interrelaciones que conforma la realidad; es decir, como una expresión sin límites claros ni sustanciales de todo lo que sostiene tu existencia temporal.

La pregunta como práctica: ¿Y ahora qué tengo que hacer YO con todo esto?

En esta visión expansiva de la realidad, la pregunta “¿y ahora qué tengo que hacer YO ante todo esto?” adquiere un significado radicalmente distinto. Ya no se resuelve en el intento de aferrarte a una visión “correcta” y definitiva de las cosas.

En su lugar, la pregunta “¿qué hacer?” se practica en cada momento, en cada aquí y ahora. Con resolución, hacemos el voto de tomar decisiones fundamentadas en la observación ecuánime (desarrollada por la meditación) de lo que conduce al sufrimiento y lo que nos libera de él. Practicamos haciendo lo mejor posible en cada circunstancia, aceptando su complejidad y aceptando que toda visión es parcial y limitada. Practicamos aprendiendo a soltar algo cuando causa sufrimiento, abriéndonos a la mente de principiante. Practicamos el no-saber y aprendemos a surfear, un poco mejor, el flujo constante de fenómenos interconectados que es la vida, en un permanente aquí y ahora.

Finalmente, practicamos desaferrarnos de la ilusión de que podemos tener la respuesta a cuestiones que, más bien, lo que nos piden es aprender a ser habitadas, sin dejar de dar lo mejor de nosotros en cada momento.

Andrés Calero