Releyendo al monje zen Ryokan, me encuentro también con este otro poema que evoca el paso de los años. Una manera obvia de percibir el paso del tiempo es mirar hacia atrás, recordar los días pasados y situarlos en una línea de tiempo. Lo que ocurrió antes, lo que ocurrió después. En este caso, la intensidad con la que vivimos cada cosa juega un papel muy importante. Hay cosas que se han grabado a fuego en la memoria, cosas buenas y cosas malas, lo que nos hizo más felices y lo que nos hizo más daño. Y muchas otras, las que vivimos sin intensidad, han quedado olvidadas, han desaparecido completamente. En este poema, encontramos esta mirada hacia atrás, que se encuentra con el recuerdo del maestro, gracias a la intensidad de la práctica vivida con él:

¿Qué ha sido de mis compañeros?

Si miro hacia atrás,
los días pasados en el templo zen regresan,
y mi constante esfuerzo por seguir el Camino.
Barrer el suelo me trae el recuerdo de mi maestro.
Siempre era el primero dispuesto a recibir su enseñanza,
y nunca me perdí una hora de zazen.
Han volado treinta años desde que dejé
este lugar tranquilo y maravilloso.
¿Qué ha sido de mis compañeros de sangha?
¿Y cómo olvidar la amabilidad de mi querido maestro?

El monje zen Ryokan y el recuerdo del maestro

“Barrer el suelo me trae el recuerdo de mi maestro.” Aunque hayan pasado 30 años, lo que le trae el recuerdo de su maestro es la práctica de barrer. El verso hace evidente que la conexión entre maestro y discípulo es la práctica, la práctica es el maestro, y el maestro es la práctica. Cuando el cuerpo del maestro desaparece, queda la práctica. Es la práctica que se transmite a lo largo del tiempo, como barrer el suelo, como inclinarse con las manos juntas, palma contra palma, como sentarse en el zafu. Por muchos años que pasen, por muchos maestros y discípulos que se sucedan y desaparezcan, la práctica continúa. Lo podemos sentir al recitar el Sutra del Corazón, lo podemos escuchar en el sonido del mokugyo. La llama se transmite ininterrumpidamente a lo largo del tiempo.

“¿Qué ha sido de mis compañeros de Sangha?” La llama se transmite, a pesar de los vaivenes, a pesar del nacimiento y la muerte. A veces, nos duele recordar a los que se fueron, a los que murieron. Nos preguntamos, ¿qué pasó con aquel? ¿Por qué se fue esa persona? La impermanencia y la rotación de las personas de la Sangha nos producen tristeza y pueden hacer surgir dudas, ¿cómo es que yo continúo si otros lo han dejado? “¿Qué ha sido de mis compañeros de Sangha?” Es una pregunta que nos llena de melancolía. No hay nada que decir, cada uno sigue su propio camino, algunos nos acompañan durante un día, otros durante semanas, meses o años, algunos nos acompañan toda la vida, pero al final todos desaparecemos y, a pesar de todo, la llama continúa. Es una llama que viene desde tiempos inmemoriales, de hace siglos, y que seguirá cuando nosotros ya no estemos.

A Ryokan, este recuerdo de la Sangha lo hace pensar en su maestro: “¿Y cómo olvidar la amabilidad de mi estimado maestro?” El sentimiento de gratitud por aquellos que nos han enseñado, los que nos han mostrado el maravilloso camino del Zen, siempre lo tendremos presente, pase el tiempo que pase.

Nansen