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Cuando se habla de nirvana, lo más común es imaginarse un paraíso, un lugar de felicidad eterna, como una meta a alcanzar, como un objetivo. A veces nos preguntan: “lo que pretendéis en el zen es llegar al nirvana, ¿verdad?” Es una pregunta que no se puede responder simplemente con un sí o con un no, porque si decimos que sí, entonces admitiríamos que perseguimos un objetivo, y parecería una gran contradicción con la actitud de no buscar nada, de no esperar nada, que caracteriza la práctica del zen.

Por otro lado, si respondemos que no, estaríamos negando un principio fundamental de la enseñanza del Buda. La tercera noble verdad establece que la cesación de las causas del sufrimiento es posible, y eso es el Nirvana.

El punto es que la pregunta, tal como está formulada, asume que hay un antes y un después, que primero está la acción de buscar el nirvana y después el resultado de obtener el nirvana. Pero en el Zen, práctica y realización son simultáneas, inseparables; la práctica es en sí misma el nirvana, sin buscar nada, sin esperar nada.

¿Qué es el nirvana?

El nirvana significa la cesación de las causas del sufrimiento. No es ni un espacio ni un tiempo lejanos. Es el aquí y ahora. El nirvana ocurre cuando soltamos los apegos, cuando dejamos de seguir los impulsos de nuestro ego, que nos arrastran de un lado a otro. Si estamos plenamente presentes, puede producirse ahora mismo.

Sin leña que quemar

Una interpretación etimológica de nirvana es esta: “nir” = sin, “vana” = leña; es decir, “sin leña”, donde la palabra “leña” se refiere al combustible del fuego. “Sin leña” alude a la extinción de los tres fuegos, o tres venenos, que son la ignorancia, la avidez y el odio. Si no hay leña que quemar, el fuego de la ignorancia se extingue; y eso es el satori, la iluminación. Cuando se ha extinguido nuestro impulso egoísta, nuestra avidez y nuestro odio, eso es el nirvana.

Y para que eso ocurra, no es necesario esperar a otra vida ni a otro momento. Podemos realizarlo ahora mismo. Y si no podemos hacerlo, si constatamos que no basta con desearlo, entonces ya hemos comprendido que es necesario seguir un camino, una Vía, en la que extingamos continuamente esos fuegos: esa es la práctica del Zen. Así podremos volver a ser auténticamente felices, no con la felicidad efímera que sentimos al satisfacer algún deseo, sino con la auténtica libertad de sentir que no nos falta ni nos sobra nada para vivir nuestra existencia tal como es.

Nansen

Fragmentos de Zen Mediterrani, el despertar universal, Edicions Viena

Libros de Lluís Nansen