Dice el maestro Sekito: “En el mundo ordinario hay personas con diferentes capacidades, pero en la Vía no hay diferencia entre gente del norte, y gente del sur.”

“La diferencia entre gente del norte y del sur” se refiere al diálogo de Eno con el maestro Konin, que cuando llegó al monasterio, le preguntó: “¿De dónde vienes y qué buscas aquí?” Y Eno contestó: “Vengo del sur para realizar mi naturaleza de buda.” El maestro dijo: “La gente del sur no tiene naturaleza de buda”. Eno respondió: “puede que haya gente del norte y gente del sur, pero todos tenemos la naturaleza de buda”.

En la China de aquella época, como en la Europa de hoy, estas diferencias entre norte y sur eran también diferencias sociales y culturales, un norte más rico y con estudios, y un sur más pobre y con menos preparación. Este diálogo plantea una cuestión muy interesante: ¿Hasta qué punto es importante nuestra preparación, nuestras capacidades y habilidades del mundo ordinario, para seguir la Vía del Zen?

La respuesta de Eno, repetida por Sekito, es explícita: en la Vía del Zen no hay diferencia entre gente del norte y gente del sur, no hay diferencia entre gente de más capacidad y de menos capacidad, entre gente con más o menos recursos en el mundo ordinario. Pero si no es la capacidad ordinaria lo que cuenta, entonces, ¿qué es lo que cuenta? ¿Porqué algunos realizan la Vía y otros no?

El Buda hablaba de cuatro tipos de caballos: el que empieza a galopar cuando ve la sombra del látigo; el que se pone en marcha cuando el látigo toca su piel; el que empieza a correr cuando el látigo penetra su carne; y el que solo empieza a moverse cuando el látigo llega a sus huesos.

Con esta parábola expresaba las diferentes sensibilidades de sus discípulos, a la hora de generar el espíritu del despertar, el impulso de realizar la Vía practicando con los demás.

Hay personas que generan el espíritu del despertar cuando oyen hablar de alguien que ha muerto en la ciudad vecina; otras, cuando la muerte llega a su propia ciudad; otras, cuando la muerte toca a su propia familia; y finalmente, los hay que solo se siente concernidos cuando la muerte llama a su propia puerta (esta muerte significa la impermanencia, la pérdida, las separaciones, la enfermedad, la vejez y la muerte).

El buda utiliza la imagen del caballo, porque representa la fuerza, el ímpetu y el esfuerzo que ponemos en la práctica de la Vía. Cuánta más energía ponemos, más fuerte y más grande es esta realización. Porque la realización reside en la propia práctica, en el hecho de darse totalmente a la Vía.

Un ímpetu que a veces pierden algunos estudiantes de la Vía, cuando se dejan seducir por cantos de sirena, y acaban caminando en círculos, como un asno atado a la noria. Desde el nacimiento hasta la muerte, la vida cambia muy rápidamente, no perdamos el tiempo en cosas vanas. Un antiguo maestro dijo: practicad como si un fuego quemara sobre vuestra cabeza.

Lluis Nansen Salas