El Chateau edificio principal de la Gendronniere. Foto: Lluís Salas
Fue a mediados de los 90 que empezamos a ir al Templo Zen de la Gendronnière, ubicado en el precioso valle del Loire, en un antiguo chateau del siglo XIX rodeado de jardines y bosque. En 1980 Taisen Deshimaru había fundado allí uno de los primeros templos zen soto de Europa. Al llegar, después de haber conducido por una pista que atravesaba el bosque, uno se encontraba con un majestuoso castillo francés, al lado de un dojo, un templo del más puro estilo japonés, con su enorme campana sostenida en un templete. Lo que sin duda era una clara insinuación de la fusión que allí se había fraguado. En la época en que llegamos, la mayoría de los antiguos discípulos de Taisen Deshimaru seguían practicando juntos. Desde la muerte temprana de Deshimaru en 1982, se habían quedado sin maestro, y decidieron continuar juntos practicando lo que les había enseñado. Una práctica con profundas raíces en el zen japonés, implantado en la Europa actual en unos jóvenes discípulos impregnados del movimiento de los años 60 franceses. Continuar juntos significaba en aquel momento que los diferentes equipos de trabajo, el bosque, el huerto, la cocina, el servicio, la limpieza, estaban encabezados por antiguos discípulos, y eso se notaba. Si uno iba a recoger leña al bosque, no era un recoger leña cualquiera, sino una auténtica experiencia zen de ser uno con el bosque, donde los troncos volaban de mano en mano entre compañeros en atención plena. La vida en el templo era simple y sencilla, zazen, sentarse a meditar, trabajar, comer, dormir, a un ritmo tranquilo pero fuerte, que le dejaba a uno exhausto al final del día, pero con la mente en paz y serena. Una serenidad como la que transmitía el lago, un gran estanque de más de una hectárea rodeado por el bosque.
Taisen Deshimaru. Foto: Association Zen Internationale.
El lago era una de las zonas de paseo favoritas, por su encanto y belleza y por la tranquilidad que transmitía. No en vano, durante muchos años la fotografía que más se usaba como emblema de La Gendronnière, era la de un monje sentado frente al lago. El lago era el corazón del bosque y de la sangha, muy cerca de allí se organizaban las fiestas, en sus orillas han pasado muchas historias, que el lago guarda en silencio. Todos sabíamos que en el lago había peces, se les podía dar de comer des de la orilla, alguna vez se veían roedores de agua, y también patos salvajes y otras aves. Recuerdo un invierno, muchos años más tarde, cuando unas grandes heladas cubrieron completamente el lago de un hielo muy grueso. Dada la poca profundidad del agua, temían que sus peces se asfixiaran, así que rompieron el hielo, y descubrieron tristemente que los peces habían muerto. Aún puedo recordar la escena, cuando sacaban esos enormes peces, siluros de 2 metros de largo, del interior de ese estanque, una imagen que, entre el hielo y la oscuridad, parecía verdaderamente dantesca. Después de este incidente, las aguas del lago se fueron deteriorando. Apareció también fauna invasora, un mejillón de agua dulce del que aparecían cáscaras por doquier. Aquello llevó al cabo de los años a secar el lago durante un tiempo suficiente como para hacer desaparecer la fauna invasora y depurar sus lodos. Así fue como después de muchos años de hacer campos de verano en La Gendronnière, un día, al llegar, encontramos el lago seco. El lago de La Gendronnière se ha secado, pensé, ¿qué puede significar esto?
El lago de la Gendronniere actualmente. Foto Lluís Salas
Las sincronicidades semánticas nos hacen vislumbrar lo trascendente. En los años anteriores, los antiguos discípulos habían pasado gradualmente de hacerlo todo juntos a fundar cada uno su propio templo o comunidad, en un proceso sano y natural de crecimiento y dispersión, muy propio del budismo, aunque este mismo proceso de dispersión había ido vaciando gradualmente las sesiones en La Gendronnière, dado que sus practicantes ahora se repartían en los diferentes templos. Al final, todo había salido de allí, esa era la fuente, el lago de donde salían las aguas que regaban las nuevas comunidades. Eso me hizo recordar un pasaje de Dogen en el que habla de un mar seco. Refiriéndose a la frase de un koan, dice: “’La línea de sangre no se ha cortado’ significa que la sequedad sin límites es el mar secándose sin llegar nunca al fondo. No llegar nunca al fondo es en sí mismo sequedad. En la sequedad nos continuamos secando.” La línea de sangre es la transmisión del Dharma de maestro a discípulo, ininterrumpida desde el Buda hasta hoy, y para Dogen esto es como un lago secándose sin llegar nunca al fondo, donde no llegar nunca al fondo es en sí mismo sequedad, una sequedad en la que nos continuamos secando. Es una frase extraída del koan “Aullidos de dragón en un árbol seco” en el que más adelante preguntan, ¿hay alguien capaz de oír los aullidos del dragón en un árbol seco? Y Sosan responde: en el mundo entero no hay nadie que no los haya oído. De nuevo le preguntan: ¿y qué cantan los dragones? Y Sosan responde: “Aunque no entiendan sus palabras, todo aquel que oye su canto pierde el Yo.” Quizás sea eso el lago seco, el yo perdido, siguiendo la línea de sangre que se seca sin llegar nunca al fondo. ¿y a ti, lector, qué te dice? ¿Oyes el aullido del dragón en el árbol seco?
El Templete de la campana. Detrás el edificio del dojo. Foto Lluís Salas