Un día, un discípulo preguntó a Dogen: “Hace muchos años que practico el Zen y todavía no he experimentado el despertar. Muchos maestros antiguos han dicho que el despertar no depende de la capacidad intelectual. Por eso creo que no debo avergonzarme de mi capacidad inferior. ¿Qué me puede decir para aclararme este punto?”
Dogen respondió: “Tienes razón por lo que respecta a no confiar en la inteligencia, en el talento, en un mente aguda o en ser muy sagaz, cuando se trata de practicar la Vía. Eso no significa que tengamos que empujar a la gente a volverse ciega, estúpida o torpe. La práctica de la Vía no requiere amplios conocimientos, ni ningún talento especial. Por lo tanto, no hay que despreciar a nadie a causa de sus capacidades inferiores. La práctica de la Vía es simple y sencilla. Aún así, ni tan siquiera en los grandes monasterios de la antigüedad, había más de dos personas entre cien que hubiesen alcanzado la realización.
“Lo que ha sido transmitido es que todo depende de la aspiración a despertar. Aquél que desarrolla una aspiración y práctica tan fuerte como sus capacidades se lo permiten, no fracasará en su afán. Cuando cultivamos una aspiración intensa en nuestro espíritu, nada puede impedir que esta aspiración sea realizada algún día. Nada es imposible cuando la aspiración a despertar es seria, y os entregáis de corazón a la práctica de zazen. Por muy lejana que os parezca, daréis en el blanco. Por muy fondo que nade el pez, acabaréis por pescarlo.
“Si no aspiráis intensamente al despertar, ¿cómo podréis resolver el gran asunto de la vida y la muerte? ¿Cómo podréis liberaros de la rueda del sufrimiento? En cambio, si sentís una aspiración así, sin ningún lugar a dudas realizaréis el despertar, independientemente de vuestras facultades y de vuestra falta de talento.
“Si queréis que una aspiración así surja en vosotros, debéis reflexionar seriamente sobre la impermanencia del mundo. Esta reflexión no es una técnica de meditación. No es un artificio de la mente. La impermanencia es la verdadera realidad que hay delante de nuestros ojos.
“Para reflexionar sobre la impermanencia, no necesitamos enseñanzas especiales de ningún tipo. Se nace. Se muere. Tal persona que vimos ayer, hoy ya no existe. Estos son los hechos que vemos con nuestros ojos y sentimos con nuestros oídos. ‘Pero la muerte’, pensamos, ‘es algo que siempre les ocurre a los demás’. Hasta que nos ocurre a nosotros.
“Meditando sobre nuestra propia impermanencia, la de nuestro cuerpo y nuestra mente, constataremos que, aunque tengamos la suerte de llegar a los setenta u ochenta años, al final tendremos que morir. Cuando reflexionamos así, no nos asustamos al constatar la vanidad de nuestras preocupaciones mundanas, de nuestras tristezas y alegrías, del amor a nuestros familiares, y del odio a nuestros enemigos.
“Por lo tanto, tenemos que practicar la vía del Zen y aspirar al verdadero gozo y serenidad del nirvana. Aquéllos que ya habéis llegado a una edad avanzada, o aquéllos que ya habéis superado la mitad de vuestros años, ¿cómo podéis dejar de practicar el Dharma? ¿Cuántos años creéis que os quedan todavía?
“Lo dejáis todo para más tarde, pero tenéis que pensar en la realidad de hoy, de ahora. A cada instante surgen nuevos sucesos en el mundo. ¿No surgirá esta noche una enfermedad grave en nuestro cuerpo? ¿No podemos, mañana por la mañana, sufrir un dolor tan atroz que nos veamos incapaces de distinguir el este del oeste y que nos impida practicar la Vía? ¿No podemos morir esta noche en la cama, de muerte súbita? ¿No podemos ser asaltados y asesinados por una ladrón esta noche volviendo a casa? En verdad, todo es incierto.”
“De manera que es inútil preocuparnos tanto por la forma de ganarnos la vida, y querer posponer la muerte, que sea como sea, nos llegará, sin que podamos hacer nada para impedrilo. Más inútil es todavía pasar el tiempo de manera fútil o, lo que es peor, haciendo daño a los demás.
“El Buda enseñó la verdad de la impermanencia a todos los seres, precisamente porque es una cosa real. De la misma manera, en mis charlas enfatizo siempre sobre la fugacidad de nuestra vida, y la velocidad de la impermanencia. La vida y la muerte son el gran asunto. Tened siempre presente esta realidad en el fondo de vuestro corazón. Volved una y otra vez a ella, y no perdáis ni un solo momento en vuestra práctica de la Vía. Recordad que hoy estáis vivos, y que no sabéis dónde estaréis mañana. Si lo hacéis así, la práctica de la Vía se volverá sencilla. No debéis preocuparos por la inferioridad o la superioridad de vuestra mente.”
Esta enseñanza de Dogen es hoy de tremenda actualidad. En la gravedad de lo que estamos pasando, la situación de emergencia es una inestimable oportunidad para mirar cara a cara la realidad impermanente de nuestra existencia. Sentados en zazen, sin juzgar, ni calcular, sin agarrarse a nada. Simplemente librarse en cuerpo y mente, ahora mismo. Al darlo todo, experimentamos la realidad verdadera de las cosas que vienen y se van. Hace unos días hablábamos con alguien, y ahora ya no está. Hace unos días teníamos unos planes, unos proyectos, y ahora ya no están. El dolor de la pérdida nos abre los ojos a la realidad, que no viene, ni se va. Nos podemos abandonar completamente a esta realidad, y recuperar la paz.
Lluís Nansen Salas